ENTREVISTA CON EDGAR MORIN


Hablar de Edgar Morin (Paris, 1921) es hablar de uno de los pensadores europeos más prolíficos y entusiastas de la segunda mitad del siglo XX que a nuestros días sigue en activo.
Judío sefardí de origen, así como autor de la teoría del Pensamiento Complejo, su actividad intelectual ha dado cuando menos unas 50 obras de importancia trascendente en el terreno del humanismo, la lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad universal, de entre las cuales destacan “La mente bien ordenada”, “El método III. El conocimiento del conocimiento”, “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, y “La inteligencia de la complejidad”, para mencionar sólo unas cuantas.
De visita en Barcelona para presentar “Vidal y los suyos” (Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores, 2008) -—un relato de no ficción que además de homenajear a su padre reflexiona sobre la universalidad del hombre; el crepúsculo y muerte de la cultura sefardí y la complejidad de las relaciones entre Oriente y Occidente—, pude hablar con él y esto fue lo que contó:

¿Cuál ha sido su sentimiento más personal con este libro?

Es una emoción muy personal porque lo escribí riendo y llorando. Es un libro que ha tocado mucho a mi corazón porque mientras lo hacía, tuve la sensación de ver de nuevo la cara de mi padre…

Supongo que el trabajo de recopilación tuvo que ser muy complejo.

De alguna manera, sí. Por un lado busqué información en varios libros sobre la historia. Hay un libro monumental e imprescindible que se llama “La historia de los judíos” y también otras fuentes históricas. Durante el proceso, descubrí el nomadismo de la parte materna de mi familia. De alguna manera sentí como si me hubiera puesto a reconstruir el pasado. Mi padre era muy conservador y cuando escribía a máquina, conservaba siempre las copias, las cuales fueron una gran fuente de información, al igual que las distintas confesiones que hizo tanto a mis hijas como a mí a lo largo de su vida.

¿Qué hay de aquella incertidumbre existente en las fuentes históricas?

Ha estado muy presente porque, por ejemplo, en la versión que mi padre dio a mi hija sobre ciertos acontecimientos hay una reacción un poco novelizada pero yo conocía los rasgos verdaderos que él quería esconder, entonces pude salir adelante.

¿No cayó nunca en la tentación de la ficción con un material como éste?

No porque para mí no era un elogio fúnebre; no se trataba de idealizar a una persona. Pienso que mi intensión era la de dar todos los rasgos que permitieran ofrecer una visión de su realidad en toda su complejidad. Pueden existir algunas lagunas, eso sí, pero tuve mucho cuidado de no hacer una versión idealizada.

¿Le significa algo especial la problemática actual con Oriente próximo?
Sí. Lo primero que me sorprende es que estamos viviendo una paradoja histórica. En el pasado el Islam era religiosamente tolerante a los cristianos y a los judíos, pero desde el siglo VII al XX las cosas han cambiado. El odio de Israel es el factor que ha cambiado toda la situación. La voluntad de dominación tiene dos fuentes: una que fue de la idea de seguridad y la otra, religiosa, que cree que la tierra sagrada es el regalo divino de Dios. Lo peor de todo es el conflicto surgido de la transformación de dos naciones que nacieron al mismo tiempo. Para nadie es noticia que cuando se mezclan nacionalismo con fanatismo religioso, se avecina lo peor.

¿Aún cree que estamos en la prehistoria del espíritu humano?
Sí, cada vez más. No podemos salir de esta prehistoria porque tiene dos rasgos. Uno de ellos es el subdesarrollo de las capacidades intelectuales y el otro es el maniqueísmo resultante de la diabolización de los otros.

¿Qué ha aprendido durante la realización de su reciente libro?
En primer lugar descubrí el pasado hondo de mis familias. De este modo descubrí, también, mi propia existencia. Antes de escribir el libro tenía una visión más sencilla de los hechos y ahora conozco mejor la inmensa riqueza cultural de mis raíces españolas e italianas. Debo decir, que he sentido cierta nostalgia por esas “islas de tolerancia” que eran en su momento Ámsterdam y La Toscana. El optimismo de mi padre era una cosa de carácter. Durante la segunda guerra mundial, con todos los peligros mortales que había para los judios, él no entendió nunca la realidad del antisemitismo. Él pensaba que estaba pasando lo mismo que en la era de Isabel la Católica y por esa razón se convirtió al catolicismo dos veces, sin entender que no se trataba de las creencias religiosas, sino de la raza. Mi padre durante su vida tuvo muchas pruebas, muchas dificultades. La idea de que siempre se puede salir de las pruebas la aprendí de él. De todo esto rescato el peligro de la diabolización de los otros, pero el peligro está cuando existe esta mentalidad maniqueísta de diabolización.

En “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” publicado en el año 2000, usted hablaba la urgencia de una interdisciplinariedad para el siglo XXI. Estamos terminando la primera década ya y al parecer nos está costando trabajo. ¿Existe un factor tiempo que determine este fenómeno? ¿Hay aceleradores? ¿De qué tipo?
El problema es que tenemos conocimientos provenientes de las disciplinas separadas. La importancia de lo que yo llamo “la era planetaria” o globalización radica en que se necesitan conocimientos interconectados de todos los tipos. El problema es que el conocimiento del ser humano está disperso en varias disciplinas. Pienso que las cuestiones globales están cada vez más fuertes y que no se puede contestar a estos problemas únicamente con la yuxtaposición del saber de varios expertos especializados. ¡No basta la yuxtaposición! El problema fundamental es la conexión. Ortega y Gasset decía “No sabemos lo que pasa; eso es lo que pasa”. La cuestión para entender lo que pasa es lo que yo llamo el Pensamiento Complejo, un pensamiento que puede conectar; relacionar las informaciones y conocimientos que llegan de las varias disciplinas. Pienso que los peligros en la circulación del conocimiento pueden ayudar a tomar conciencia y a desarrollar otro tipo de conocimiento y de educación. Como dice el poeta Hölderlin “cuando crece el peligro, crece también la esperanza”. El crecimiento de los peligros de la situación mundial donde se encuentra casi todo el mundo, puede ayudar a esta toma de conciencia.

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